Gorz, un pionero de la ecología política

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La ecología política, una ética de la liberación
Traducción del artículo "L'écologie politique, une éthique de libération" : Eduardo Baird.

  • Ecología y política
  • Una filosofía de la existencia
  • La ecología como anticapitalismo
  • Ecología del trabajo
  • Ecología y técnica
  • La alternativa ecologista
  • Decrecimiento y simplicidad voluntaria

André Gorz no ha inventado por cierto la ecología, pero, situándose notablemente en la sucesión de Iván Illich, le ha agregado una dimensión política plenamente asumida. Su colección de artículos aparecida en 1975, tenía por título “Ecología y política”. Comenzaba significativamente por un texto de ruptura entre "Su ecología y la nuestra", texto decisivo contra la ecología de mercado y la expertocracia verde, tomaba abiertamente partido por una ecología emancipadora basada en la autonomía y claramente anticapitalista.

Ecología y política.

Antes de ser una ideología, la ecología es una urgencia a la que es preciso responder. Se puede decir que ella se impone materialmente, ya sea por el problema del petróleo, o el recalentamiento climático. Al ser una cuestión política plantea la cuestión no solamente de lo posible sino de lo deseable (p. 68) y en consecuencia, de nuestras finalidades. Así la ecología se va a declinar de múltiples maneras, no estando del todo unificada ideológicamente. Es el primer acto fundador de André Gorz el haber planteado la división entre diferentes visiones de la ecología, y el de haberla politizado: división entre heteronomía y autonomía, expertocracia y defensa de nuestro “mundo vivido”, capitalismo salarial y trabajo autónomo. Al mismo tiempo que aporta esta clarificación política, amplía el campo de la ecología, lo abre a las dimensiones específicamente humanas, hasta unificar las finalidades ecológicas, económicas, emancipadoras, existenciales en fin, llevando la ecología política bastante más allá de una ecología científica o incluso de una ecología social, permaneciendo lo más cerca posible de lo real concreto.

Esta politización permite poner en evidencia, al contrario de lo que algunos pretenden, que hay una ecología de derecha y una ecología de izquierda. De hecho, la oposición entre las ecologías no es solamente una oposición política que refleja las divisiones sociales sino que ella recubre también una divergencia cognitiva, divergencia sobre las causas que no son metafísicas o morales, como se quisiera persuadirnos, sino más bien sistémicas. Situando la causa del productivismo en el capitalismo y su afán de lucro que lo constriñen al aumento constante de la productividad y del consumo, André Gorz sitúa claramente a la ecología en el campo del anticapitalismo, en la continuidad del marxismo, de las luchas obreras y de la tradición revolucionaria. Se halla muy lejos del ambientalismo que pretende corregir los efectos más evidentes del sistema y remontar a las causas sistemáticas tanto como a nuestras motivaciones más profundas, a lo que hace que una vida valga la pena de ser vivida.

Es preciso plantear francamente de entrada la cuestión: ¿Qué queremos nosotros? ¿Un capitalismo que se acomode a las constricciones ecológicas o una revolución económica, social y cultural que suprima las constricciones del capitalismo y, por eso mismo, instaure una nueva relación de los hombres con la colectividad, con su ambiente y la naturaleza? ¿Reforma o revolución?

No respondáis que esta cuestión es secundaria y que lo importante es no arruinar el planeta al punto que devenga inhabitable. Pues la supervivencia tampoco es un fin en sí: ¿vale la pena sobrevivir en “un mundo transformado en hospital planetario, en escuela planetaria, en prisión planetaria y donde la tarea principal de los ingenieros del alma será la de fabricar hombres adaptados a esta condición” (Illich)? EP, p. 9-10.

Estas son cuestiones que uno ya no se plantea y todo esto sonará muy extraño. A la mayoría de los ecologistas que se ocupan de urgencias inmediatas y de soluciones técnicas o conductuales, se les ocurre muy poca prospectiva a largo plazo, menos aún de emancipación ni de verdadera alternativa… Ellos dirían sin duda que no se encuentra tal ecología en los libros de André Gorz sino solamente política! Es esta singularidad la que cobra justamente toda su importancia, el haber comprendido las apuestas políticas de la ecología, especialmente los riesgos de políticas ecologistas autoritarias o mercantiles y de haber sabido oponer una ecología política humanizante, liberadora, anclada en la historia de la filosofía y de la emancipación humana. Esta politización no sólo tiene el interés de denunciar de antemano los riesgos totalitarios de un pensamiento muy globalizante, cientificista o expertocrático, no sólo permite reconocer la división de la sociedad con la difícil dialéctica del poder y de la resistencia individual, sino que ella introduce también la autonomía y la exigencia democrática en la ecología con el tema de la autogestión.

Lo más remarcable quizá es haber logrado superar el marxismo y el fracaso del comunismo sin renegar en nada de sus aspiraciones fundamentales. La ecología política no se opone tanto al marxismo como para constituir su acabamiento, donde “el libre desarrollo de todos sería a la vez el objetivo y la condición del libre desarrollo de cada uno” (“Su ecología y la nuestra” EP p. 16). A pesar de su “Adios al proletariado” (1980), firmando su oposición al maoísmo del último Sartre, André Gorz no se ha pasado al enemigo como sus antiguos camaradas lo hicieran uno por uno, ni ha abandonado la causa de los trabajadores ni la crítica del trabajo (Metamorfosis del trabajo, búsqueda del sentido 1988). A pesar de la ruptura, lo que le permite poner la ecología política en continuidad con el comunismo, es el no situar su fracaso en la intención emancipadora ni tampoco en el voluntarismo político, mucho menos en su racionalismo filosófico. El fracaso del socialismo autoritario está puesto esencialmente en la cuenta de la apropiación colectiva de los medios de producción no habiendo cambiado nada del modo de producción capitalista ni del trabajo alienado, ejerciendo así una crítica política de la técnica.

Si se vale de las mismas herramientas, el socialismo no valdrá más que el capitalismo; si perfecciona los poderes del Estado sin favorecer al mismo tiempo la autonomía de las comunidades y de las personas, arriesga caer en el tecnofacismo. La expansión de esta autonomía se halla en el centro de la exigencia ecologista. Ella supone una subversión de la relación de los individuos con sus útiles, con su consumo, con su cuerpo, con la naturaleza (Ecología y política).

Su crítica de la técnica es sobre todo una crítica del trabajo y del asalariado, lo que no le impedirá colaborar ampliamente con los sindicatos alemanes (quienes vendrán a consultarlo en su retiro). Sus posiciones políticas no serán desmentidas: se puede decir que se consagrará esencialmente a la causa obrera. Lo que podría aparecer como un alejamiento de las preocupaciones ecológicas, por el contrario, se revelará esencial para reconocer la cuestión del trabajo como central para la ecología y para no abordar más la ecología solamente desde el consumo sino más bien desde la producción. En efecto, no se podrá esperar salir de la sociedad de consumo más que cambiando el sistema de producción!

Esta conjunción de la ecología política y de la crítica del trabajo la culminará en ese libro luminoso “Miserias del presente, riqueza de lo posible” (1997), donde brindará una descripción concreta relativamente detallada de una producción ecologista, basada sobre experimentaciones sociales efectivas, verdadero programa ecologista para alternativas locales al productivismo y a la globalización mercantil, combinando la salida de la sociedad salarial, reubicación de la economía y desarrollo autónomo.

En cierta manera puede decirse que André Gorz ha sido el representante más ejemplar del post Mayo 68, del pasaje del izquierdismo a una ecología política que piensa globalmente y a largo plazo, más allá de las urgencias inmediatas, un pensamiento eco-sistémico que considera nuestro ingreso en la era de la información y que no se contenta con tratar los excesos del sistema sino que se aboca a las estructuras y se encarna en dispositivos materiales, una ecología radical en fin, que se remonta a las causas y que cambia la vida verdaderamente.

Una filosofía de la existencia

No debemos olvidar que André Gorz era ante todo un filósofo. Es toda una filosofía la que él brinda a la ecología política, una filosofía de liberación. La politización de la ecología permite en efecto remitirse a toda una tradición filosófica que va de Hegel y Marx a Marcuse y Sartre, bastante lejos de Heidegger, Jonas, Anders u otros referentes ecologistas aún menos recomendables… Hay así todo un fango místico de la ecología, religiosa, moralizante, reaccionaria, irracional, tecnófoba, anti-humanista. Tampoco allí debemos subestimar las divisiones entre ecologistas. Incluso Ivan Illich, a quien tanto deben, o Jacques Ellul antes, encuentran en su religión sus razones últimas y su trasmundo, mientras que André Gorz profesaba un existencialismo ateo. Se hallaba muy cerca de Jean-Paul Sartre que había escrito el prefacio de su implacable auto-análisis ("Le Traitre", 1958) dando testimonio de su cuota de autenticidad y haciendo “la experiencia en suma de la contingencia, de la injustificabilidad, de la soledad de todo sujeto”. Sus predecesores no tenían en cuenta la causa primera que ellos relegaban a Dios, mientras que André Gorz ha buscado dar a la ecología política un fundamento existencial apartado de toda “naturaleza” divina o incluso de una esencia humana, de igual modo como supo fundar su moral existencialista sobre la contingencia misma de la existencia.

En efecto, una ecología política no puede limitarse a la preservación de la “naturaleza” y debe atender más bien la preservación de nuestra autonomía y de nuestro “mundo vivido”, fórmula retomada de la fenomenología y que ejerce allí también una crítica de la técnica. A diferencia de otros, esta crítica no tendrá nada de un conservatismo reaccionario pues ello no le impedirá valorizar las potencialidades emancipadora de lo inmaterial y de las tecnologías numéricas aún cuando ellas cuestionen nuestro ser carnal en provecho de nuestro ser de lenguaje. Efectivamente, la naturaleza que se trata de preservar no es tanto la de la ecología científica como la de nuestro medio humano. Más precisamente, se trata sobre todo de preservar una “comprensión intuitiva” que “permita a los individuos orientarse, interactuar, comunicar” (Ecologica, p49). La apuesta política no es un retorno hacia el pasado sino el desarrollo de nuestra autonomía de sujeto y de ciudadano contra una expertocracia ecologista y una ecología científica que nos reduce a animales o a la simple supervivencia. No es porque estemos hechos de carne que nosotros nos alimentamos de pan. El existencialismo es un humanismo en tanto que materialismo espiritual, puede decirse, que restituye la dimensión propiamente humana de la conciencia de sí, de la razón y del sentido que hacen la dignidad del hombre y su especificidad. Es esta dimensión la que André Gorz agrega a la ecología para convertirla en una ecología política, a la altura del hombre, planteo sobre nuestros fines últimos. La ecología política no puede limitarse a la defensa del ambiente y del mundo de la vida: la cuestión fundamental, planteada a todos los hombres, estriba en dar sentido a nuestra existencia, en ausencia de un sentido previo y de una verdad ya dada.

Su producción filosófica puede parecer escasa, esencialmente un primer importante libro (no publicado) sobre Hegel y otros dos sobre la moral del existencialismo, pero si sus otros libros son menos directamente filosóficos, ellos forman parte de un proyecto filosófico, del orden de la filosofía aplicada, atenta a lo real hasta llegar al periodismo (desde Temps Modernes hasta Nouvel Observateur), no olvidando jamás que la cuestión de la verdad es una cuestión práctica. Se lo aprecia en la manera en que su proyecto político se construye no tanto sobre valores subjetivos o ideales, sino a partir de los problemas que se plantean en la era de la ecología y de la información; a partir no de las preferencias de cada uno, sino de los posibles efectivos y de las constricciones objetivas, de las oportunidades históricas. Hay siempre en la base, tanto en él como en Marx, una teoría del valor como verdad objetiva donde se resume un sistema, donde la materia crea sentido común que se impone a los sujetos cuya libertad permanece como una excepción a la regla.

Sin caer jamás en el subjetivismo, la concepción del sujeto como negatividad y libertad se separa de las concepciones ecologistas habituales puesto que ella es irreductible al cuerpo vivo, a toda concepción identitaria o normativa como a todo rol social o función en un sistema, puesto que el sujeto debe ganar su libertad, puesto que él es proyecto de autonomía, deseo de existir. Es necesario citar lo que ha dicho André Gorz en una entrevista de EcoRev’ (nº 21, 01/2006), que abre la reunión de artículos póstuma Ecológica (2008) bajo el título “La ecología política, una ética de la liberación”.

Nacemos a nosotros mismos como sujetos, es decir como seres irreductibles a lo que los otros y la sociedad nos demandan y permiten ser. La educación, la socialización, la instrucción, la integración nos enseñarán a ser otro entre los otros, a renegar de esta parte no socializable que es la experiencia de ser sujeto, a canalizar nuestras vidas y nuestros deseos por recorridos demarcados, a confundirnos con los roles y las funciones que la megamáquina social nos conmina a cumplir. Son estos roles y sus funciones los que definen nuestra identidad de Otro. Ellos exceden lo que cada uno de nosotros puede ser por sí mismo. Ellos nos dispensan o incluso prohíben existir por nosotros mismo, plantearnos cuestiones sobre el sentido de nuestros actos y asumirlos. No soy “yo” quien actúa, es la lógica autonomizada de los agenciamientos sociales la que actúa a través mío en tanto que Otro, me hace concurrir a la producción y a la reproducción de la megamáquina social. Es ella el verdadero sujeto. Su dominación se ejerce sobre los miembros de las capas dominantes tanto como sobre los dominados. Los dominantes no dominan sino en cuanto la sirven como leales funcionarios.

Es en sus intersticios, en sus fallas, su márgenes solamente donde surgen los sujetos autónomos por los cuales la cuestión moral se va a plantear. En su origen se halla siempre ese acto fundador del sujeto que es la rebelión contra lo que la sociedad me hace hacer o sufrir. Touraine, que ha estudiado a Sartre en su juventud, lo ha formulado muy bien: “El sujeto es siempre un mal sujeto, rebelde al poder y a la regla, a la sociedad como aparato total”. La cuestión del sujeto es pues la misma cosa que la cuestión moral. Ella se halla en el fundamento a la vez de la ética y de la política. Pues ella pone necesariamente en cuestión todas las formas y todos los medios de dominación, es decir, todo lo que impide a los hombres conducirse como sujetos y perseguir la libre expansión de su individualidad como su fin común. Ecológica, p. 12-13.

Esta concepción del sujeto viene directamente de El ser y la nada, de una conciencia que se opone a su objeto, de un sujeto que dice no, de una libertad total aún cuando se halle enteramente determinada, pero refuerza el carácter sistémico de los roles sociales, lo que se llamará siguiendo a Ivan Illich la “mega máquina”, oponiendo la heteronomía del sistema a la autonomía del sujeto que no manifiesta su existencia más que al perturbar el sistema. Se está lejos de la armonía natural y es por allí donde la filosofía del sujeto llega a las luchas de emancipación contra todas las dominaciones. No es con un sujeto vuelto hacia el pasado como se origina sino vuelto hacia el porvenir como su proyecto. Esta focalización no solamente sobre el individuo sino sobre el mal sujeto, sobre el rebelde, es absolutamente esencial frente a una ecología normativa o a una expertocracia que deviene fácilmente totalitaria.

La identificación del sujeto a su autonomía y a la conciencia de su libertad remite esta filosofía a las teorías de la alienación, tradición filosófica que proviene de los hegelianos de izquierda (como el joven Marx) y que será proseguida por la escuela de Frankfurt, especialmente por Marcuse denunciando nuestra reducción a la racionalidad instrumental y a las relaciones mercantiles en "El hombre unidimensional". En el origen Lukács había partido de la crítica del fetichismo de la mercancía, de una relación social que deviene relación entre objetos. Las dos otras figuras de la alienación son la separación (de su producto, de su actividad) y la heteronomía o la dominación. Es en cada caso la crítica del hombre tomado como medio y de los medios tomados como fines, de la reducción del sujeto a un objeto, de la existencia al ser, de la calidad a la cantidad, del ciudadano al administrado. Con lo cual justificar las tomas de posición antieconomista, antiutilitarista y antiproductivista.

Es en esta crítica de la alienación, que vincula la ecología al movimiento revolucionario de emancipación y a la historia de la filosofía donde se puede hallar una cierta nostalgia de una presencia plena y de una existencia auténtica algo idealizada sin duda en una convivialidad desprovista de negatividad. La crítica de la alienación dibuja en hueco un fin de la alienación, es decir una “ecología mental” que se puede juzgar algo mítica. Se podría interrogar un poco más sobre los límites de la autonomía y sus contradicciones (reconocerá haberse engañado al creer que había una “esfera de la autonomía”). Salvo que no se está del todo aquí en una filosofía idealista o especulativa, sus críticas en general bastante precisamente situadas, como vamos a ver, críticas del capitalismo, de la técnica y del trabajo desembocando sobre las alternativas más concretas, como si se tratara solamente, de hecho, de lucha contra la alienación, no de alcanzar un ideal sino de aprovechar todas las oportunidades que nos abre una época histórica. Se puede decir que es una libertad objetiva: es la riqueza de lo posible, de la que somos los depositarios, que nos hace responsables de nuestro futuro, y de dejar pasar muy a menudo nuestras oportunidades de emancipación al no hallarnos lo bastante presentes a nuestra actualidad…

Yo no diría pues que hay una moral de la ecología, sino más bien que la exigencia ética de emancipación del sujeto implica la crítica teórica y práctica del capitalismo, de la cual la ecología política es una dimensión esencial. Si se parte en cambio del imperativo ecológico, se puede también llegar a un anticapitalismo radical como a un petanismo1 verde, a un eco facismo o a un comunitarismo naturalista. La ecología no dispone de toda su carga crítica y ética más que si las devastaciones de la Tierra, la destrucción de las bases naturales de la vida son comprendidas como las consecuencias de un modo de producción; y que este modo de producción exige la maximización de los rendimientos y recurre a técnicas que violan los equilibrios biológicos. Sostengo pues que la crítica de las técnicas en las cuales la dominación sobre los hombres y sobre la naturaleza se encarna es una de las dimensiones esenciales de una ética de la liberación. Ecologica, p15

La ecología como anticapitalismo

Uno de los aportes de André Gorz más importantes para la ecología (y el más cuestionado), es el análisis del capitalismo como productivismo, según un punto de vista estrictamente marxista, por lo demás! En efecto la plusvalía necesaria para hacer dinero con el dinero por medio del trabajo asalariado, obliga al capitalismo a la mejora constante de la productividad por el desarrollo técnico. Es bajando los costos de producción y el tiempo de trabajo por unidad de producto que la empresa capitalista extrae una plusvalía en relación con la competencia. Este productivismo no es un carácter anexo del capitalismo, es lo que constituye su fuerza (los Chinos lo saben bien). El problema, es que no puede detenerse nunca ni superar el crecimiento, esto porque va a crear, con la sociedad de consumo, una dependencia recíproca absurda entre productores y consumidores “que no producen lo que consume, ni consumen lo que producen”. Se puede decir que el capitalismo se impone por su productividad y que perdura por la sociedad de consumo, la social-democracia salarial (keynesiana y fordista) lo que no hace más que ilustrar el hecho de que el asalariado no es más que la otra cara del capitalismo (lo que Marx había establecido ya en “Trabajo asalariado y capital”).

Tan importante como el análisis del productivismo del capitalismo, él no ha cesado de mostrar el carácter sistémico, más allá de los individuos que están allí atrapados: del hecho de la división del trabajo dependemos del mercado para lo necesario tanto como el mercado de trabajo nos vuelve dependientes del capitalismo y en consecuencia de su productivismo. Si la división del trabajo nos tiene efectivamente reunidos (Durkheim), también nos vuelve enteramente dependientes del sistema de distribución mercantil . Un hundimiento del sistema como en Argentina se vuelve catastrófico, tanto como la debilidad de nuestro patrón nos conduce al desempleo. No es una cuestión de opción individual. Así, la ecología no puede atarse a los puntos muertos del sobre consumo, ella debe remitirse a las causas, al sistema de producción mismo. El anticapitalismo es una dimensión esencial del antiproductivismo, de una ecología radical que cambia de sistema y no hace más que atarse a los excesos más evidentes, a gran distancia del capitalismo verde y de una ecología de mercado.

El homo oeconomicus, es decir el individuo abstracto que sirve de soporte a los razonamientos económicos, ¿tiene esta característica de no consumir lo que produce y de no producir lo que consume? EP p. 21.

Partiendo de la crítica del capitalismo, se arriba infaliblemente a la ecología política que, con su indispensable teoría crítica de las necesidades, conduce, en contrapartida, a profundizar y radicalizar más aún la crítica del capitalismo. Ecológica, p. 15.

El crecimiento es para el capitalismo una necesidad sistémica totalmente independiente de e indiferente a la realidad material de lo que crece. Responde a una necesidad del capital. Ecológica, p. 130.

La crítica ecologista del capitalismo no se limita a su productivismo sino también a las relaciones mercantiles (“el mundo no es una mercancía”) así como a la alienación en el trabajo que será considerado cada vez más central. Se puede decir que todas las críticas (política, ecológica, filosófica) convergen en la crítica del capitalismo: productivismo de la plusvalía, dominación del capital, fetichismo de la mercancía, separación del asalariado de su producto como de su propia actividad (“Es sobre la base de esta triple desposesión solamente que la producción puede emanciparse del arbitraje de los productores directos” p. 61). Uno puede asombrarse de este anticapitalismo furioso cuando el socialismo podrá ser acusado por los ecologistas del mismo productivismo. De hecho no es del todo lo mismo, sin duda, pero es preciso recordar que para André Gorz, el socialismo no era más que un capitalismo de Estado que utilizaba el mismo sistema de producción y sin transformar fundamentalmente el trabajo ni la subordinación salarial.

En sus últimos textos, afirmaba que el fin del capitalismo ya había comenzado, reducido a la especulación y ampliamente incompatible con la gratuidad numérica y la economía del conocimiento. Esto plantea la cuestión de saber si no es la técnica la determinante en última instancia pero no sería necesario apoyarse mucho sobre esta certidumbre que el capitalismo habría cumplido su tiempo, eso depende al menos un poco de nosotros incluso si parece cierto que las nuevas fuerzas productivas inmateriales suscitarán nuevas relaciones de producción!

Ecología del trabajo

El comunismo, no es ni el pleno empleo, ni el salario para todo el mundo, es la eliminación del trabajo en la forma social e histórica específica que presenta bajo el capitalismo, es decir del trabajo empleo, del trabajo mercancía. Ecológica, p. 18.

Trabajo y capital son fundamentalmente cómplices por su antagonismo en tanto que “ganar dinero” es su objetivo determinante (…) Es por lo que el movimiento obrero y el sindicalismo no son anticapitalistas cuando ponen en cuestión el nivel de los salarios y las condiciones de trabajo, sino cuando cuestionan la finalidad de la producción, la forma mercancía que la realiza. Ecológica, p. 133.

La cuestión del trabajo habría estado en el centro de su reflexión tomando la cuestión del consumo del revés, del lado de la producción. No se entiende mucho más de los cuestionamientos del asalariado actual, los sindicatos no exigen ya más su abolición sino más bien su generalización, a medida que se ven convertidos al reformismo social-demócrata y a la sociedad de mercado. Sin embargo el asalariado acumula muchas críticas (mercado de trabajo, subordinación, separación de su producto, parcelización de tareas, stress, etc.). Seguramente, la salida de la subordinación salarial no puede ya significar que todos se convertirán en funcionarios y asalariados del Estado, sino que se tendría, por el contrario, acceso por fin al trabajo autónomo: pasaje del trabajo forzoso al trabajo elegido, verdadera liberación del trabajo gracias a un ingreso garantido suficiente. Es un poco “de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, pero hay que decir que ha sido solamente en su último decenio que él adhiere al ingreso garantido, a causa de las nuevas condiciones de la producción inmaterial:

La principal fuerza productiva no es ni el capital máquinas ni el capital dinero sino la pasión viva con la cual ellos imaginan, inventan y aumentan sus propias capacidades cognitivas al mismo tiempo que su producción de conocimiento y de riqueza. La producción de sí es aquí producción de riqueza e inversamente, la base de la producción de riqueza es la producción de sí. Potencialmente, el trabajo –en el sentido que tiene en la economía política es suprimido: “el trabajo no aparecerá más como trabajo sino como pleno desarrollo de la actividad personal misma” (Grundisse, p. 231). El hacker es la figura emblemática de esta apropiación/ supresión del trabajo. Ecológica, p. 21.

André Gorz ha sido ejemplar en su capacidad de cambiar de posición cuando las nuevas condiciones lo exigían, sin mantenerse encerrado en sus propios dogmas. Así, él advirtió rápido que el trabajo inmaterial y creativo no se medía más en tiempo de trabajo, lo que volvía caduca la estrategia de reducción del tiempo de trabajo (reducción del trabajo forzoso) al igual que una repartición autoritaria de las tareas. Ha visto por el contrario dada la ocasión del desarrollo del trabajo autónomo y del trabajo elegido, tomando simplemente partido por las potencialidades de la economía inmaterial que valorizan nuestras capacidades subjetivas. Bastaría para ello con un ingreso garantido pero con la condición que sea realmente suficiente a fin de no favorecer los trabajos mediocres y tirar hacia abajo los salarios como el “ingreso mínimo” liberal. Entre tanto, es preciso insistir, la función del ingreso garantido es más bien el de favorecer el trabajo autónomo y una producción alternativa, no el de anularlo!

Es difícil reducir su crítica del trabajo alienado y la reivindicación de la autonomía en el trabajo a una “crítica artística”, como algunos quisieran hacer creer, en tanto se trata de una crítica de la explotación, de la dominación y de la deshumanización de las tareas… Los principios de una ecología del trabajo de la que hará reconocer su carácter central, son los de reapropiarse de su propia actividad, y en primer lugar de los fines de sus actos, hacer lo que se hace actuando conciente de lo que se hace, poder reconocerse en fin en su propia producción, poder dar un sentido a su trabajo como producción de sí, hasta el elogio de la auto-producción… Es pues reintroducir la conciencia individual en el trabajo y no reducir al trabajador a su función, al hombre unidimensional de la racionalidad instrumental, simple medio de producción o capital humano.

Devenir aquello que hacemos porque realmente deseamos hacerlo y porque hallamos nuestra realización en la actividad misma tanto como en su resultado. La gran cuestión es: ¿qué deseamos hacer de y en nuestra vida? Ecológica, p. 119.

Ecología y técnica

No cesan de imponernos opciones sociales por el rodeo de las opciones técnicas. EP p. 26.

La dominación total del hombre sobre la naturaleza entraña inevitablemente una dominación del hombre por las técnicas de dominación. EP p. 28.

Illich distinguía dos especies de técnicas: las que él llamaba conviviales, que aumentan el espacio de la autonomía, y aquellas, heterónomas, que lo restringen o lo suprimen. Yo las he llamado “tecnologías abiertas” y “tecnologías cerrojo”. Son abiertas aquellas que favorecen la comunicación, la cooperación, la interacción, como el teléfono o actualmente las redes y logiciales libres. Las “tecnologías cerrojo” son aquellas que avasallan al usuario, programan sus operaciones, monopolizan la oferta de un producto o servicio. Las peores de las “tecnologías cerrojo” son evidentemente las mega tecnologías, monumentos a la dominación de la naturaleza, que despojan a los hombres de sus medios de vida y los someten a su dominación. Además de todos los otros defectos de lo nuclear, es a causa de su radiación totalitaria –secretos, mentiras, violencia- que difunde en la sociedad, que he hecho campaña durante diez años contra lo nuclear. Ecológica, p. 16.

La crítica del trabajo y del capitalismo desemboca en una crítica de la técnica. André Gorz ha sido uno de los introductores de Ivan Illich en Francia, donde ha publicado un resumen de “La convivialidad” en 1973. Este encuentro ha sido esencial en su concepción de la ecología y de la técnica. Es preciso subrayar que, si no hay ecología sin crítica de la técnica, esta crítica es a menudo confusa y desprovista de toda efectividad. Estar contra la técnica no sirve de nada, aún menos estar contra todas las últimas tecnologías! Nada más erróneo que acusar a los ecologistas de querer regresar al quinqué y por cierto hay algunos iluminados, como en todas partes, que quisieran volver atrás, sin saber bien en qué época detenerse, pero son el ejemplo de una crítica global vuelta impracticable por su extremismo mientras que la apuesta de una crítica ecologista de la técnica es absolutamente crucial para establecer técnicas menos destructivas e invasoras, colocarles límites, explotar sus potencialidades liberadoras, sin excederse ni considerarlas como un dios oscuro indomable. No hay otra opción que intentar dominarlas, sobre todo si ello no se alcanza! “La apropiación colectiva de las nuevas tecnologías” es una apuesta política esencial. Se puede decir incluso que el principio de precaución es una exigencia técnica, un nivel superior de la técnica que incluye su propia crítica, faltando aún saber sobre qué criterios, todo está allí.

Para André Gorz, a quien la práctica del periodismo aleja de los juicios demasiado abstractos y globalizantes, el criterio aplicable sería en este caso el carácter de las “técnicas abiertas”, allí donde Illich defendía más bien los “útiles conviviales” y otros las “técnicas dulces” lo que no es del todo la misma cosa. Contrariamente a la ausencia de pensamiento de los tecnófilos beatos como de los tecnófobos obstinados, oponer las técnicas cerradas heterónomas a las técnicas abiertas que brindan más autonomía, es hacer de ello una cuestión eminentemente política. Así su oposición feroz a lo nuclear tiene esencialmente razones políticas, reforzando la razón de Estado, la tecnocracia, el poder policial y el reinado del secreto. Se puede considerar que es un progreso considerable de la reflexión ecologista. En efecto, André Gorz, no observa tanto la técnica desde el lado de la preservación de una relación natural u original como del de la conquista de la autonomía del trabajador. Es lo que va a hacerle tomar partido por lo numérico, los logiciales libres y la ética hacker, a pesar de una crítica sin concesiones de la informatización y de la tecnociencia (identificada al capital, verdadera clave del conflicto).

La informatización generalizada no anula simplemente el trabajo (en el sentido de poiésis), la inteligencia de las manos y del cuerpo. Ella anula el mundo sensible, condena las facultades sensoriales (a la inactividad , les denega la facultad de juzgar lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. MPRP, P. 180.

« La dinámica de la tecnociencia tiende a convertirse en una especie de movimiento autónomo que se alimenta por encima de la cabeza de los hombres » (…) ¿Qué significa en estas condiciones « apropiarse » de la tecnociencia ? ¿Quién puede apropiarse de ella ? ¿Qué sujeto ? MPRP, p. 182

Lo que la tecnosofía y el culto del cyborg interpretan como el acceso al poder cósmico de un superhombre liberado de sus debilidades y de su finitud, se interpreta más verdaderamente como una victoria toal del capital que, haciéndose inmaterial, llega hasta expropiar al hombre de su cuerpo, de su mundo para tomar posesión total de su vida. De igual modo que la frontera entre la técnica y lo vivo, se borra la diferencia entre el hombre y el capital.

El frente del conflicto se halla en todas partes donde se halle en juego el derecho de las personas sobre sí mismas, sobre su vida, sobre su capacidad a producirse y a comprenderse como sujetos, a dar sentido, a resistir a todo y a todos los que lo despojan de su sentido, de su cuerpo, de su cultura común, de un lugar donde ellos puedan sentirse «en lo suyo » y donde el actuar y el pensar, la imaginación y la acción puedan expandirse de común acuerdo. MPRP, p. 183.

La crítica de la técnica no es sin embargo solamente la crítica del capital, es también la crítica de una revolución que se limitaría a un cambio de poder. No son los hombres lo que es preciso cambiar. La verdadera revolución necesita un cambio de técnicas y de organización, una verdadera alternativa, otros dispositivos concretos, un nuevo sistema de producción.

El socialismo no es más valioso que el capitalismo si se vale de las mismas herramientas. EP, p. 28.

Los medios de producción del capitalismo son medios de dominación por la división, la organización y la jerarquización de las tareas que exigen o permiten. Al igual que los soldados no pueden apropiarse de las armas a menos de cambiar totalmente el modo de organización y las reglas, tampoco la clase obrera puede apropiarse de los medios de producción por los cuales ella se halla estructurada, funcionalmente dividida y dominada. Si se apodera de ellos sin cambiarlos radicalmente, terminará por reproducir (tal como sucedió en los países soviéticos) el mismo sistema de dominación. Ecológica, p.17.

La alternativa ecologista

Es bastante tardíamente, después de haber creído durante mucho tiempo que se podría reducir poco a poco el tiempo de trabajo y la subordinación salarial en beneficio del tiempo libre, que finalmente se convirtió a la alternativa ecologista, resultado de la crítica sistémica del productivismo capitalista, del asalariado y de las técnicas alienantes. A este respecto, su libro “Miserias del presente, riquezas de lo posible” ha hecho época al dar una nueva perspectiva a la ecología política, la de alternativas locales a la globalización mercantil (en la era de la información y de la economía inmaterial), alternativas de las que reúne los principales instrumentos: ingreso garantido, p. 134-151 (o asignación universal de un ingreso suficiente), talleres cooperativos, p. 165-175 (o talleres comunales de auto producción) y monedas locales, p. 167-170 (o monedas-tiempo), que no deben permanecer como medidas aisladas (p. 170) pues ellas forman sistema. Allí también es necesario subrayar cómo supo sostener el rumbo de una ecología tironeada entre un reformismo minimalista y utopías más o menos ingenuas. No hay que engañarse, si defendía un “reformismo radical” más bien que una revolución de palacio, también defendía una ecología revolucionaria que cambia la vida verdaderamente, una ruptura de umbral, un pasaje a lo cualitativo.

La sola idea del ingreso de existencia marca una ruptura. Obliga a ver las cosas de otro modo y sobre todo a ver las riquezas que no pueden adoptar la forma valor, es decir la forma del dinero y de la mercancía. E p. 153.

Su objetivo no es el de perpetuar la sociedad del dinero y de la mercancía, ni de perpetuar el modo de consumo dominante de los países llamados desarrollados. Su objetivo es, por el contrario, sustraer a los desocupados y precarios de la obligación de venderse: de “liberar la actividad de la dictadura del empleo”. E p. 150.

No se trata por lo tanto de “tomar sus deseos por la realidad” y caer en el mercado de las utopías más arbitrarias. Es a partir del análisis de las transformaciones económicas y de las experiencias sociales concretas, de sus promesas y de sus fracasos que se puede diseñar una alternativa realista al productivismo. Si el capitalismo puede ser superado, es que ya ha cumplido su tiempo. Si se ha tornado posible y necesario cambiar las relaciones de producción, es que las fuerzas productivas han cambiado. Se permanece aquí en el materialismo más consecuente al tener en cuenta el devenir inmaterial de la economía tanto como las constricciones ecológicas! Es materialmente cómo esta economía del conocimiento desestabiliza el capitalismo mercantil y repone a nuevos costos la cuestión de lo común, del compartir los saberes y de la gratuidad numérica. Nos corresponde a nosotros saber sacar partido sin demora.

El conocimiento, la información son por esencia bienes comunes, que pertenecen a todo el mundo, que no se pueden convertir en propiedad privada y mercantil, sin ser mutilados en su utilidad. Pero si la fuerza productiva decisiva (la de la inteligencia, la del conocimiento) no se presta a convertirse en una mercancía, las categorías tradicionales de la economía política entran en crisis: el trabajo, el valor, el capital. Ecológica, p. 19.

La economía del conocimiento tiene pues vocación de ser una economía de la puesta en común y de la gratuidad, es decir, lo contrario de una economía. Es esta forma de comunismo la que ella reviste espontáneamente en el medio científico. Ecológica, p. 20.

Decrecimiento y simplicidad voluntaria

André Gorz ha sido uno de los primeros adeptos del decrecimiento, en la huella de Georgescu-Roegen y del informe del club de Roma sobre los límites del crecimiento, solamente la ecología “política” se distingue claramente de las estrategias individuales, no alcanzando la efectividad sino a través de gestiones colectivas que actúan sobre las estructuras sociales (incluso simplemente a nivel local). No se halla del todo en la ecología moralista de los pequeños gestos que se supone nos salvarán colectivamente. Sin embargo, en tanto que ecología política en pos de la autonomía del sujeto y como filosofía de la existencia, André Gorz no permanecía insensible a la “simplicidad voluntaria” en nombre de una necesaria auto limitación donde la autonomía se afirma dándose su propia ley. Contra el racionamiento estático y la ilimitación de una sociedad de consumo nunca satisfecha, él pensaba indispensable retornar a la noción de lo suficiente. Por cierto, lo suficiente es problemático a definir para un ser de deseo que no se reduce a las necesidades naturales, ello no obsta que es una cuestión que se plantea concretamente, en especial en la evaluación de un “ingreso suficiente”, pero la salida del capitalismo salarial parece ser muy bien su condición previa…

No producimos nada de lo que consumimos y no consumimos nada de lo que producimos. Todas nuestras necesidades y deseos son necesidades y deseos de mercancías, es decir necesidades de dinero. Producimos la riqueza en dinero, la cual es por esencia abstracta y sin límites, y el deseo, en consecuencia, es él también ilimitado. La idea de lo suficiente –idea de un límite más allá del cual producimos o adquirimos demasiado, es decir -más de lo que nos hace falta- no pertenece a la economía. EP, p114-115.

Hay también, en el rechazo del superconsumo, como un desafío al mundo de la mercancía, una revuelta contra la publicidad que nos manipula. Si no cayera en un moralismo que restringe nuestra autonomía, es necesario decir que él tenía de la autonomía una concepción exigente bastante alejada de las tendencias libertarias y anarco-deseantes. Su fidelidad a su mujer, hasta llegar a morir con ella lo atestigua. Hay una especie de ascetismo en esta autonomía que se halla del lado de la auto-disciplina y no del abandono.

Es más por (auto)disciplina, o deber ético, que por independencia, que él consideraba la auto-producción en tanto que producción de sí. Había en él un ideal de autarquía que rechazaba la especialización y la división del trabajo (como si esto fuera posible, como si pudiera hacerlo todo uno mismo!). Sin embargo, a lo que se tiende aquí no es tanto la independencia que procura l autarquía, como en Aristóteles, como la auto-producción como producción de sí conciente de sí y reapropiación de su vida, reapropiación de su mundo vivido como proyecto y de una actividad que ve el objeto de sus actos. Es más bien como trabajo autónomo que uno debería acercarse a la auto-producción más allá del bricolage y de la jardinería, que permanecen indispensables. Pero sería temerario sin embargo creer poder abolir toda división del trabajo…

Es preciso decir que el compartía también la utopía ecologista de la gratuidad de un mundo sin dinero. Sin embargo, sabía bien que ello no era más que utopía para sostener en lo inmediato las monedas locales y fundantes, liberándolas al menos del poder del dinero y de la especulación. Es necesario repetirlo, no era un doctrinario y si compartía una buena parte de la “ideología ecolo”, su aporte es el de haber confrontado a lo real y de haber aportado un mayor rigor filosófico (lejos de todos los oscurantismos). Este radicalismo concreto formaba parte de lo que le debemos de más precioso con la dimensión política de la ecología, la denuncia del productivismo capitalista, la crítica del trabajo asalariado y, a pesar de las miserias del presente, el haber hallado en la riqueza de lo posible los gérmenes de un futuro mejor.

La utopía no consiste hoy, en preconizar el bienestar por el decrecimiento y la subversión del actual modo de vida; la utopía consiste en creer que el crecimiento de la producción social puede aún aportar un mejor-estar (*) y que él es materialmente posible. EP, p.20.

Mejor, es quizá menos: aumentar el minimum de necesidades, satisfacerlas por el menor derroche posible de materias, de energía y de trabajo, provocando el mínimo posible de perjuicios. EP p. 36.

(1) Por el mariscal Philippe Pétain, Jefe de Estado de la Francia no ocupada cuando la ocupación nazi, fue condenado por colaboracionista, que es a lo que se alude.

(artículo para un libro colectivo sobre André Gorz en las Editions de la Decouverte).

Traducción del artículo: Eduardo Baird.

Traduction de l'article L'écologie politique, une éthique de libération par Eduardo Baird.

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