Traducción del artículo L'humanisme en question : Eduardo Baird.
Como la mayoría de las nociones muy generales, el bien, el mal o la libertad, el humanismo puede ser agregado a todas las salsas de modo que uno podría querer desembarazarse de él a justo título, pero esto no es tan simple porque tampoco nos podemos privar de él. Más bien hay una postura política a defender en la definición misma de humanismo, sabiendo que este puede servir para cubrir todas las barbaries con las que se ha masacrado en nombre de Dios, del amor o de la civilización.
No es nuevo el debate que enfrenta un humanismo esencialista que se puede llamar animal, racista, especista, pero que es también tradicionalista, religioso, ideológico, con un humanismo “existencialista” para quien el hombre está por venir, para quien es libertad y proyecto, ser parlante en devenir, aprendiz de la vida y descubridor de los posibles.
A esta oposición se agregan las diferentes formas de anti-humanismo que pueden ser también de inspiración existencialista (Heidegger con la apertura al ser) tanto como teológica, estructuralista, historicista, sexual o política incluso puramente crítica (descentramiento cognitivo). Se ve que no hay ninguna unidad del humanismo, no más que la de las corrientes anti-humanistas, siendo el más conocido seguramente el de la ecología profunda que quisiera quitar a la humanidad toda preeminencia sobre las otras especies pero que se encierra así en sus contradicciones.
Lo que plantea muchos más problemas hoy, sería más bien el post-humanismo, el del superhombre, el del hombre mejorado o el del hombre genéticamente modificado…
No sería necesario mezclar todo tampoco, como lo hace un artículo reciente (“La defaite de la pensé souchienne”!) que quisiera hacer no solamente del humanismo sino también de la filosofía misma la causa del colonialismo, lo que es un poco fuerte! Estos son sin embargo los misioneros que se enviaba con la soldadesca y son los mercaderes que han echado mano a los recursos de las colonias, de modo que la religión y la economía se hallan más en cuestión que un pretendido humanismo incluso si ha habido, a no dudarlo, una colonización que se pretendía civilizadora. Esta ideología colonial ha sido seguramente la de la Francia de 1900 queriendo aportar las luces de la razón a los indígenas, pero su principal representante, el mariscal Lyautey, era un ferviente católico y no un hijo de las luces. Es bastante absurdo querer identificar la filosofía al dogmatismo que ella combate desde su origen tanto como el relativismo interesado de los sofistas. Parece que la confusión proviene del libro de Dionys Masolo Haine de la philosophie : Heidegger pour modèle donde la crítica necesaria del nazi Heidegger se va a extender paradojalmente a toda la filosofía, al racionalismo y al humanismo mientras que el mismo Heidegger recusa al humanismo en su “carta sobre el humanismo”, pone en cuestión al racionalismo cartesiano y acusa a la historia de la filosofía de ser la del olvido del ser! Es más bien contra Heidegger que sería necesario rehabilitar el humanismo y el verdadero cuestionamiento filosófico. Con este género de razonamiento, muy racional y dogmático justamente, se haría del nazismo o del terrorismo islámico una cultura como cualquier otra, bajo el pretexto de que la democracia de los derechos del hombre ha podido conducir efectivamente al colonialismo y a todas sus infamias (así como Mein Kampf comienza bien por la evocación del colonialismo para justificar lo injustificable).
Ni la filosofía ni el humanismo se confunden con el universalismo, como se quisiera hacernos creer. Se sabe que căthŏlĭcus quiere decir universal en latín y es en principio el universalismo católico (también islámico) el que ha podido transformarlo en “totalitarismo”. ¿Cómo puede uno engañarse a este punto? (“Todo totalitarismo es un filosofismo en este sentido preciso: la contradicción y todo lo que puede acarrear, la duda, la insatisfacción, el espíritu hipotético, es catastróficamente negado”). Muy al contrario, lo que hace la especificidad de la filosofía (y quizá también del occidente que ha visto la muerte de los dioses) es la crítica de la tradición y de todos los dogmatismos, el trabajo del escepticismo que deslegitima todas las antiguas autoridades. Es fácil construir una causalidad simplista que explicaría todo mecánicamente para imaginarse regular todo recusándolo, pero es algo completamente imaginario, idealismo puro. No solamente no se puede unificar así toda la filosofía y el pensamiento occidental pero no se debería poder confundir la filosofía con la ideología o la religión (ni por otro lado con el desarrollo personal o una sabiduría cualquiera)!
Dicho esto, resulta más que pertinente subrayar cómo el humanismo asume el riesgo de rechazar fuera de la humanidad lo que no se iguala a la definición que da de ella, más o menos idealizada, y esto, más aún cuando hace referencia a una supuesta “naturaleza humana” o cuando refuerza las exigencias morales, las de un “hombre civilizado” que se igualaría a sus pretensiones.
Es esto lo que repele en todos los pensamientos humanistas y obliga a rechazarlos todos. Todos presuponen un hombre acabado, inmutable, encadenado a una “naturaleza humana” original como lo está el animal a su “adaptación específica”, enteramente sometido a las leyes intangibles de la especie – a esta escasa diferencia que estas leyes en él, adoptan invariablemente la forma de valores a los que tendría la obligación moral de obedecer. Así lo pretende todo humanismo, por poco teórico que se haya hecho.
Es de acuerdo con esta animalidad casi sagrada (no separada de la naturaleza primera) que podrán ser celebrados los genios del lugar, el antro, la madriguera, la guarida, la choza…, en síntesis: la patria.
Se puede estar de acuerdo con esta crítica de toda esencia del hombre que se arranca a la animalidad y cambia su destino pero es regresar a la filosofía justamente, y especialmente al existencialismo de Sartre para quien, efectivamente, “el hombre es un proyecto”. Lo que nos caracteriza no es sino la libertad que nos es dada por el lenguaje y la razón. No se puede más que aprobar: “Lo interesante no lo que hay de irreductible en el hombre. El hombre que proclama un derecho inventa al hombre”. En este sentido, el humanismo es bien un constructivismo, es la invención de la humanidad, es devenir siempre más humanos. No es un sujeto vuelto hacia el pasado como hacia su origen sino hacia el porvenir como su proyecto. Esto no es suficiente aun para resolver todas las ambigüedades del término.
Sería necesario poner un poco más de dialéctica o menos negatividad, no rechazar ferozmente lo negativo de lo positivo ni lo positivo de lo negativo, sobre todo no quedarse en el parecido sino extenderlo a lo que Lévinas llamaba “el humanismo del Otro”, pues no hay hombre aislado a pesar de la soledad de la conciencia de sí; somos seres parlantes siempre atrapados en discursos en relación con los otros. De manera que hay al menos 3 humanismos irreductibles, según que sea valorizado el individuo, el colectivo o el interlocutor (lo singular, lo universal, la diferencia). Se puede criticar el humanismo, en efecto, rechazando la división de la sociedad toda como la división entre los sexos. Eso no basta sin embargo para refutar todo humanismo, lo mismo que la existencia de una justicia de clase (o la oposición entre amigos y enemigos) no suprime la necesidad de una justicia imparcial (cfr. Kojève). Aquí es preciso simplemente menos ingenuidades y más lucidez; un humanismo de los dominados, al servicio de los más débiles. Marx tenía razón, es solamente de la humanidad sufriente y despojada de todo de donde puede provenir una verdadera universalidad, lo que no ha impedido a este humanismo oficial conducir al peor de los terrores (cfr. Merleau-Ponty), tanto como la religión del Amor a la inquisición.
Para Sartre, el existencialismo ateo es un humanismo en tanto que materialismo espiritual, puede decirse, restituyendo la dimensión propiamente humana de la conciencia de sí, de la razón y del sentido que hacen la dignidad del hombre y su especificidad. Esta concepción del sujeto que se opone a su objeto, de un sujeto que dice no, de una libertad total aun cuando uno se halle enteramente determinado, es la concepción de un sujeto que no manifiesta su existencia más que para perturbar el sistema. Se está lejos de la armonía natural y es allí donde la filosofía del sujeto desemboca sobre las luchas de emancipación contra todas las dominaciones heredadas del pasado.
Esta focalización no solamente sobre el individuo sino sobre el mal sujeto, sobre el rebelde, es absolutamente esencial frente a una ecología normativa o una expertocracia que deviene fácilmente totalitaria. La ecología política no puede limitarse a la defensa del ambiente y del mundo de la vida: la cuestión fundamental, planteada a todos los hombres, sigue siendo la de dar sentido a nuestra existencia, en ausencia de un sentido previo y de una verdad ya dada. Para ello nos hace falta pues una ecología que se pueda llamar humanista. Ello no impide que este humanismo deba inscribirse en su ambiente y extenderse a lo vivo.
El humanismo no se puede separar de su parte animal, el constructivismo no puede ser total ni arbitrario. Hay límites a la artificialización del mundo y, ante la degradación de nuestras condiciones de vida, nos es muy necesario defender nuestro mundo vivo; resistencia en la cual es muy difícil sin embargo separar aguas entre el conservatismo cultural y la preservación de nuestras condiciones de vida. La cuestión es difícil pues si el hombre no es tan natural, no se trata de un retorno hacia atrás sino más bien de un equilibrio a restaurar entre naturaleza y cultura. Es una cuestión de durabilidad y de salud o de bienestar, no de una opción entre dos extremos como lo auténtico y lo facticio. Es aquí donde la crítica de la técnica entra en juego con lo que Sloterdijk ha llamado de manera provocativa, las “reglas para un parque humano” manifestando el límite entre la educación y la crianza, entre formación y formataje, entre las homeotécnicas informacionales y la violencia de las técnicas de control autoritarias e intrusivas. En todo caso, es cierto que no se puede “laisser-faire” no importa qué y que la ecología no puede privarnos de un humanismo y de una interrogación sobre nuestros fines humanos, sobre el mundo que queremos dejar a nuestros hijos, debiendo ser el objetivo de la ecología la autonomía del individuo y el desarrollo humano en un mundo preservado.
De hecho, hay 2 orígenes principales del humanismo: 1) El Renacimiento con el humanismo de un Pico de la Mirándola que se presenta explícitamente como el de la dignidad del hombre, dignidad que se encuentra bien en su parte de libertad y en su poder de crearse a sí mismo. Si el humanismo del Renacimiento es una reapropiación de la filosofía griega, permanece esencialmente cristiano. 2) La revolución francesa y la filosofía de las Luces con los Derechos del Hombre y del Ciudadano que se liberan de la religión para reapropiarse de la democracia. El primer humanismo había sido confrontado a la humanidad del los “indígenas de América”, el segundo a la humanidad del esclavo o de la locura. Podríamos muy bien vernos confrontados a la humanidad del Cyborg, es decir a improbables extraterrestres. Incluso se puede considerar que somos ya hombres artificiales (desde los anteojos a toda clase de prótesis mecánicas o químicas), viviendo más allá de la duración “natural” de una vida humana. El hombre artificial, es también una sociedad de viejos y de minusválidos.
Frente a la expansión de las biotecnologías, es muy difícil trazar una línea de demarcación que defina las fronteras de nuestra humanidad, nutriendo fácilmente aún los fantasmas de una naturaleza originaria tanto como la de un “hombre nuevo” y de una trans-humanidad, tanto como el humanismo político podía soñar con el fin de toda alienación y con un “hombre total” completamente idealizado.
En todo caso, no se puede reducir la humanidad del ser parlante a sus genes, ni tampoco a una especie: unos hipotéticos extraterrestres formarían parte de nuestra humanidad, tanto como los hombres genéticamente modificados, si existieran algún día. De hecho, la definición de lo que es un hombre es la apuesta de una lucha por el reconocimiento y el riesgo que se mantiene aquí es el de la identificación que conduce a la barbarie, riesgo bien advertido por Lacan al salir de la guerra:
Yo afirmo ser un hombre, por miedo de ser convencido por los hombres de no ser un hombre.
Movimiento que presenta la forma lógica de toda asimilación “humana”, en tanto que precisamente ella se asume como asimiladora de una barbarie… (Lacan, El tiempo lógico, 1945).
Es preciso repetirlo, es muy frecuente que en nombre de valores superiores se justifiquen, por desgracia, todas las masacres y que se rehúse ver la verdad de frente, sea en nombre de la igualdad, de la libertad, del amor o de la vida! Las peores cochinadas se hacen con la mano en el corazón. Valdría mucho más sin duda reconocer de entrada nuestras debilidades y la “miseria de la moral” para dar pruebas de humanidad y no juzgar la humanidad real en nombre del humanismo mismo, no querer habitar el absoluto sino nuestra realidad más cotidiana, un humanismo a la altura del hombre en fin, comprensivo, abierto a la expresión de lo negativo y al perdón recíproco de todos nuestras faltas que son innumerables (humanas, muy humanas), lo que no impide que existan los impulsos más admirables. El humanismo debe hacerse humilde, prudente, responsable, no aspirar a la eternidad ni a alguna perfección inhallable sino orientarse en los meandros de lo posible para extraer lo mejor, estando atento a los resultados para corregir los errores a tiempo.
La humanización del mundo no es una tarea metafísica y el acceso a algún tipo de salvación, no más que una fatalidad. No es más que una manera de cuidar de nuestro mundo, de intentar ponerse de acuerdo y de sacar partido de las oportunidades que él nos ofrece, de intentar darle sentido y de responder a las cuestiones que nos plantea, een la contingencia de la historia y las incertidumbres de una aventura en la cual estamos todos embarcados sin tener la última palabra ni percibir de ningún modo el fin.
Serás parte del sabor del fruto, de ese fruto impregnado de sorprendente ternura, la humanidad. (Patricia Guenot).
Traducción: E. Baird.